Genio y figura 

Hay que ponerle rostro a la tragedia

Francisco BUENROSTRO

Hoy, más que nunca, urge ponerles rostros a los desaparecidos, resulta imperante que los restos humanos localizados en fosas clandestinas a lo largo y ancho de todo el territorio mexicano sean procesados debidamente por peritos forenses para lograr, en una confronta genética con las bases de datos de ADN, identificar a quién corresponden los cuerpos y entregárselos a sus respectivas familias para darles un poco de paz, dentro de toda la tragedia que viven.

Y digo, o más bien escribo, que urge porque, tras atraer el caso del Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, la Fiscalía General de la República, al menos a mí, lejos de darme confianza de que se llevarán a cabo las investigaciones con absoluto rigor científico y apegadas a la ley, me preocupa que termine como la gran mayoría de los casos que pueden llegar a resultar incomodos para el Gobierno Federal, es decir, en el olvido.

Si bien hay decenas de miles de fotos de personas desaparecidas, hombres y mujeres, de todas las edades, que nos gritan la realidad que vive nuestro país, una que las autoridades insisten en negar, pero peor aún, que la gran mayoría de los mexicanos sigue sin creer, porque resulta más redituable, al menos eso piensan en su cerrada razón, recibir un apoyo económico que dudar del gobierno que te mantiene con migajas, hasta que la tragedia te alcanza y terminas en una fosa o buscando a tu familiar desaparecido.

No hay forma fácil de decirlo, pero, aunque políticos tan viles como Gerardo Fernández Noroña, el impresentable presidente del Senado, se nieguen a aceptarlo, los 400 zapatos, tenis, sandalias y botas localizados en el rancho Izaguirre, que esperemos estén a resguardo como la evidencia que son y no se den por perdidos, demuestran que ese predio era mucho más que un campo de entrenamiento; que los niños, adultos mayores y mujeres a quienes correspondían el calzado mencionado no fueron reclutados para ser sicarios o halcones, claro que no, su destino fue otro y difícilmente alguno de ellos salió de ese rancho con vida.

Por eso digo que es, no sólo importante sino, básico identificar los restos humanos que se encontraron en el rancho Izaguirre, pero también en todas las demás fosas clandestinas, para que dejen de ser esas personas desaparecidas sólo estadísticas, sólo un número, para que tengan nombre y apellido, para ver si son tan miserables como para poder negar, a pesar de todas las pruebas, que no sólo la propiedad en la comunidad de la Estanzuela era un centro de exterminio, sino que hay muchos otros sitios en México a los que les queda esta denominación aunque muchos sigan empeñados en negarlo.     

Cierro mi entrega de esta semana con la frase de Mariano José de Larra: “Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas”.

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