México recupera los Códices de San Andrés Tetepilco
El INAH ha recuperado tres códices virreinales del siglo XVI y principios del XVII. La operación costó 9.5 millones de pesos mexicanos
La historia del México antiguo está narrada en dibujos sobre papel amate y piel de venado. Antes de la llegada de los europeos a América, los pueblos indígenas habían desarrollado un método excepcional para perpetuar su rica herencia y conocimiento: los códices. En estos manuscritos pictóricos se inscribían sus historias, sabiduría y cosmogonías. Lamentablemente, un número considerable de estos valiosos registros se perdió —víctimas de la persecución, el descuido o el avance del tiempo— aunque, contra todo pronóstico, algunos lograron desafiar los siglos y nos han llegado como testigos de una era fascinante.
Con la llegada de los españoles en 1519, el Nuevo Mundo se vio inundado no solo por navíos, armas y epidemias, sino también por un hambre por el oro. Sin embargo, entre los legados de este encuentro de mundos, se introdujo al continente el alfabeto, ese invento milenario, uno de los mayores logros de la humanidad. Acompañando de la recién inventada imprenta. Los indígenas no abandonaron la tradición de crear códices, los siguieron haciendo, pero ya con la influencia de la cultura europea: la tercera dimensión, el sombreado y la perspectiva. Durante el siglo XVI, la práctica de la creación de códices se mantuvo vibrante y dio lugar a una nueva categoría: los códices mixtos. Estos no solo mostraban las imágenes, sino que también incorporaban anotaciones alfabéticas, tanto en las lenguas originales de América como en español. Tres de estos documentos pictográficos, conocidos como los Códices de San Andrés Tetepilco, que datan de los siglos XVI y XVII, fueron comprados por 9.5 millones de pesos mexicanos (medio millón de dólares) a una familia que los había atesorado por generaciones y fueron presentados este jueves en el Museo Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Entre esos códices recuperados destaca uno, la llamada Tira de Tetepilco — que comprende desde 1300 hasta principios del siglo XVII, que puede considerarse continuación de la Tira de la Peregrinación — que abarca desde la salida de los mexicas de Aztlán, hasta el cautiverio en Colhuacan —. Se trata del Mapa de la fundación de Tetepilco, localizado en Iztapalapa, al sureste de Ciudad de México; el segundo es El Inventario de los bienes de la iglesia de San Andrés Tetepilco, formado por dos hojas de papel amate que registran una lista de los bienes del templo —donde aparecen ornamentos, instrumentos musicales, y esculturas de santos, entre ellas, la imagen de San Andrés.
Y el tercer códice es el mapa de la fundación de Tetepilco, donde se sugiere que un grupo de chichimecas, que radicaban en Colhuacan obtuvo permiso para mudarse de lugar e ir al actual barrio de Tetepilco. Es el más importante “por su dimensión formal, factura e información, que narra la historia de Tenochtitlan por medio de cuatro temas principales: la fundación de la ciudad en el siglo XIV; el registro de los tlatoque o señores que la gobernaron en tiempos prehispánicos; la llegada de los conquistadores españoles en 1519, y, finalmente, el período virreinal, hasta 1611″, explicó María Castañeda de la Paz, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Junto con la Tira de la Peregrinación o Códice Boturini, contiene aproximadamente el mismo lapso contenido en el Códice Aubin, el cual abarca de 1064 a 1607.
La adquisición fue calificada como un hito comparable con la autenticación como prehispánico, del Códice Maya de México (antes Grolier), hace seis años. En este caso, son códices que preservan la tradición escritural mesoamericana y refieren a la fundación de San Andrés Tetepilco, así como su ingreso a un nuevo orden sociopolítico, en las primeras décadas del virreinato. Estos bienes patrimoniales se incorporan a la Colección de Códices Mexicanos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH).
Estos tres documentos se suman a los 200 códices mesoamericanos –de los aproximadamente 550 que se reconocen en el mundo– bajo custodia de la BNAH, y que desde 1997 son parte de la Memoria del Mundo, por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. En la época virreinal, desde que se establecen los tribunales novohispanos, se les pide a los indígenas que presenten pruebas escritas para que se legalicen los pocos derechos que les dejaron los vencedores. Era imposible que poseyeran códices antiguos y, de acuerdo con las autoridades europeas, empiezan a producir manuscritos pictóricos, que elaboran fundados en los conocimientos de los sabios regionales, sobrevivientes casi siempre de los Consejos de Ancianos.
El Patronato del INAH reconoció a los patrocinadores comprometidos con la conservación y preservación del patrimonio cultural mexicano, cuya voluntad permitió reunir los 9.5 millones de pesos para obtener este corpus documental, que permaneció por generaciones en manos de una familia, la cual pidió guardar el anonimato. Gracias a este traslado de dominio, ahora el pueblo de México detenta los Códices de San Andrés Tetepilco.
Los Consejos buscaron entonces a los tlacuilos, escritores-pintores, convertidos en decoradores de templos católicos, para que produzcan la nueva tradición. Del siglo XVI al XVII surgen en abundancia los códices llamados “coloniales”, que permiten conservar el antiguo sistema de “escribir pintando”. A ellas, los escritores-pintores empiezan a tratar de incorporar elementos de la convención europea y letras que combinan con sus dibujos, hasta llegar a los llamados Códices Mixtos y los del Grupo Techialoyan. Desde el principio aparecen nuevos temas, como el de la ayuda de ciertos grupos indígenas a la conquista y dominación españolas. Un ejemplo de esto es el Lienzo de Tlaxcala o el Cuauhquechollan.
Académicos de la UNAM recordaron que hace 15 años, a invitación del entonces cronista de Azcapotzalco, acudieron a un domicilio particular en la alcaldía Coyoacán y vieron por vez primera las pictografías, mediante un monitor. Fue hasta hace dos años que autoridades de la BNAH pudieron verlos de forma directa y gestionar un estudio para confirmar su autenticidad, lo que ha implicado el análisis de su composición, por parte de los expertos del Instituto de Física de la UNAM y de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH.
Los exámenes preliminares demostraron que fueron hechos en papel amate, sobre el que se aplicó una capa de yeso, laca cochinilla, tintas obtenidas de plantas y de carbón, e índigo, para obtener los colores rojo, amarillo ocre, negro y azul.
La Tira de Tetepilco, compuesta por 20 láminas plisadas en biombo, narra la historia de Tenochtitlan por medio de cuatro temas: la fundación de la ciudad, en 1300 (lo que implica un desfase de 25 años); el registro de los señores que la gobernaron en tiempos prehispánicos; la llegada de los españoles, en 1519, y el periodo virreinal, hasta 1611.
Se consigna la reunión, entre 1427 y 1440, del tlatoani Itzcóatl con el tlacatecatl o jefe de su ejército, Moctezuma Ilhuicamina (a la postre tlatoani), quien había logrado la conquista de Tetepilco, cuyo señor, Huehuetzin, y su corte de nobles aparecen rindiendo vasallaje. En pocas palabras, el mensaje es mostrar la incorporación de Tetepilco a la historia de Tenochtitlan.
Por lo que toca al Mapa de la fundación de Tetepilco, investigadores de la UNAM explicaron que contiene información histórico-geográfica, incluidos registros, coincidentes con ubicaciones reales, de los topónimos de Culhuacan, Tetepilco, Tepanohuayan, Cohuatlinchan, Xaltocan y Azcapotzalco.
En tanto, el Inventario de la iglesia de San Andrés Tetepilco, formado por dos hojas de papel amate pegadas, sobre las que se aplicó una capa de cal, registra una lista de los bienes de dicho templo, entre ellos: cinco trajes rojos, probablemente prendas usadas por un sacerdote, instrumentos de viento, una silla de mano, estandartes y representaciones de imágenes religiosas.
Los códices coloniales, utilizados en litigios, aún se conservan en archivos como el Archivo General de la Nación (AGN) y el de la Reforma Agraria, integrados a expedientes legales. El Fondo de Códices, creado para fines didácticos y de estudio, se alojó originalmente en el Museo de Antropología e Historia, mostrándose parcialmente en la Sala de Códices. Ahora, este acervo se encuentra en el Museo Nacional de Antropología, enriquecido por documentos del Archivo Histórico del INAH, dentro de la sección de Testimonios Pictóricos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, formado por colecciones antiguas y códices de pueblos indígenas. Aún en los pueblos originarios, una cantidad considerable de manuscritos pictóricos es custodiada por autoridades tradicionales.
Desde la llegada de los españoles, los códices se dispersaron, convirtiéndose en regalos para nobles europeos y adquiriendo valor comercial como objetos de curiosidad. Esta práctica llevó a su extracción y venta en Europa, eliminando el sentido de colectividad en favor del provecho económico individual, lo que impidió su conservación en México. Durante los siglos XVIII y XIX, la demanda europea por estos objetos de curiosidad aumentó, causando su éxodo hacia países europeos y, posteriormente, hacia Estados Unidos, donde se formaron nuevas colecciones. En la actualidad, México protege los códices como patrimonio nacional.