Quise subirme al guayabo
Teresa Maraveles
I
Tus brazos en ramas abiertos
me llamaron:
te miré,
plumillas blancas
eróticamente pegadas a ti
bebían de tu savia.
II
A merced de las aves
pícaras, oportunistas,
caía tu fruto regado
guayabo de cincuenta años
o de cien
como la casa que te alberga
sola como tú
llena de ollín vehicular
polvorienta
también como tú.
III
¿Qué?
¿Qué amores me dices?
No los entiendo,
sólo sé que son largos
tan largos como tus ramas.
IV
El viento pasó su dedo
en la orilla de tu copa,
silbando una canción.
V
Era lamento de olvido
y no sé, si fueron tus hojas
llorando el recuerdo
de las manos que te sembraron
¿o era la voz de la falda de tu tronco,
deseando siquiera la meada de un perro?
VI
Como el árbol de afuera
el de mi casa
me dio la impresión
que ambos están para los que fueron
para quienes pasan
tal vez para quienes vendrán
pero tú, además
estás para el alambre de púas
el que te sostiene
a la barda casi caída.
VII
Allí te quedas y allí te dejo
por lo menos hasta otro tiempo
en una calle de Zapotlán
que te miren
los que tengan tiempo
de querer mirarte
y te piensen
los que quieran pensarte
quise montarte guayabo
pero hay cincuenta y tres años
un sol acusador
y una barda
que lo impidieron.