Comentario Homilético

El amor humano llevado al nivel del Amor Divino

(Jn 13,31-35)

Pbro. Jorge Armando CASTILLO ELIZONDO

Nuestro recorrido pascual nos permite entrar cada vez más en profundidad en el misterio de Cristo vivo y resucitado, presente entre nosotros. A partir de este domingo, comenzaremos a escuchar algunas alusiones a la despedida de Jesús de sus discípulos, que nos prepararán para el día de su regreso al Padre en su Ascensión. Estos discursos son del Evangelio de san Juan y su contexto es la última cena, la gran sección que va del capítulo 13 al capítulo 17. En estos discursos Jesús toca el tema de su despedida y sobre todo el tema de la glorificación. La glorificación se manifestará en su Muerte y Resurrección y también en su regreso al Padre.

En esta sección Jesús hace una encomienda esencial a los discípulos, la tarea o el mandamiento de amarse los unos a los otros. ¿Amarse los unos a los otros? ¿Hay acaso alguna novedad en este nuevo mandamiento? ¿el hombre puede cumplir este mandamiento sin integrar a Dios en su vida?

El mandamiento que Jesús da a sus discípulos, de amarse los unos a los otros, tiene un trasfondo en un mandamiento dado por Dios en el Antiguo Testamento: “Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). Este mandamiento tiene como punto de unificación el amor a Dios, de este mandamiento, se desprenden todos los demás mandamientos referidos a los otros y se concluyen con el -amarlos como a uno mismo-. En este sentido, la medida del amor es la propia capacidad y el propio limite.

Ya en el Nuevo Testamento, en uno de los discursos de Jesús y gracias a la pregunta de un maestro de la ley sobre el mandamiento más importante, recibimos la síntesis de todos los mandamientos de la ley: Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-40). Parecería que, hasta este momento, no hubo un cambio sustancial en los mandamientos, y que Cristo re propone lo que ya se había dicho antes, pero no es así. Con el paso del tiempo el amor a Dios sobre todas las cosas comenzó a tomar un lugar secundario, talvez no en la teoría, pero sí en la práctica.

Jesús en el discurso de despedida entrega un nuevo mandamiento: “les doy un “mandamiento nuevo” (v.34). No dice les recuerdo un mandamiento que Dios ha dado, sino: “les doy”. El único y eterno legislador es Dios y Cristo, el Hijo de Dios, tiene toda la autoridad para ofrecer o dar un nuevo mandamiento. La novedad está en la segunda parte del mandamiento: “Ámense los unos a los otros cómo Yo los he amado” (v.34). El mandamiento es llevado a su plenitud, ya no es: “como a ti mismo”, sino: “como Yo los he amado”. En verbo en participio nos hace entender una acción del pasado que tiene una acción sobre la persona, una cualidad que le es propia y que le acompaña en el presente: es el que ama, el Amor mismo. No dice, como yo los amé (imperfecto), o como yo los amaré (futuro). El amor de Cristo por nosotros es Eterno, como Él. Basado en el amor de Cristo, el hombre puede y debe encontrar la manera de amar a los demás. Es lamentable decirlo, nuestra manera de amar a los demás es muy limitada, a veces interesada.

El mandamiento nuevo pide, sobre todo y, en primer lugar, comprenderlo. Si no se conoce hasta qué punto nos ha amado Cristo, no podremos absolutamente manifestar el amor a los demás, de esa talla o bajo esas motivaciones. Sin embargo, conocer el amor de Cristo y la manera cómo nos amó: viniendo al mundo, dando la vida, entregándose a sí mismo en la Eucaristía y después en la Cruz, dándonos el don de su Amor, el don del Espíritu Santo, etc., nos permitirá tener un margen mucho más amplio para expresar el amor a los demás y entonces podremos expresar nuestro amor a Dios en la persona de los hermanos. De hecho, el bien mayor que podemos dar a alguien o la caridad mayor que podemos hacerle es entregarle a Dios y en Dios, todo lo que esté en nuestras manos.

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