Nudo gordiano

Constitución (y jiribilla)

Yuriria SIERRA

Claudia Sheinbaum no sólo conmemoró los 108 años de la Constitución de 1917: reinventó su legado. En el Teatro de la República de Querétaro, escenario histórico donde se promulgó la Carta Magna, la Presidenta tejió un discurso que combina el hierro de la soberanía con el acero de la reforma política. Entre aplausos cruzados del oficialismo y la oposición, lanzó dos iniciativas que podrían redefinir el ADN de la política mexicana: eliminar la reelección en todos los cargos de elección popular y prohibir el nepotismo en la sucesión de puestos públicos.

El mensaje fue claro: “Sufragio efectivo, no reelección”, gritó Sheinbaum, rescatando la consigna de Francisco I. Madero, pero con un giro moderno. No se trata sólo de romper con el pasado priista de perpetuación en el poder, sino de enviar una señal a su propio partido: Morena no será un refugio para caciques disfrazados de transformadores. La segunda iniciativa –contra el nepotismo– es igualmente contundente: “Ningún familiar sucederá de inmediato a otro en cargos públicos”. Una estocada a dinastías políticas que, irónicamente, han brotado incluso en las filas morenistas.

El acto no fue sólo simbólico. Mientras Trump amenazaba con aranceles, Sheinbaum eligió el aniversario constitucional para recordarle al mundo –y a sus críticos internos– que México “no es colonia ni protectorado de nadie”. Su discurso, cargado de guiños históricos, conectó la resistencia ante invasiones extranjeras del siglo XIX con las presiones comerciales actuales: “Podrán amenazarnos, pero jamás permitiremos que pisoteen nuestra dignidad”. Hasta el panista Mauricio Kuri, gobernador de Querétaro, aplaudió: “Su ejemplo nos recuerda que nadie puede vencer a los mexicanos defendiendo la patria”.

Pero detrás de la retórica patriótica hay una jugada maestra. Al vincular su lucha contra Trump con estas reformas, Sheinbaum logra dos objetivos: proyectar unidad nacional (hasta la oposición aplaude) y enviar un mensaje veloz a Morena: el tiempo de los liderazgos eternos y las herencias políticas se acaba.

La advertencia tiene jiribilla. Para quienes aún no entienden: en un partido donde algunos imaginan candidaturas vitalicias o sueñan con traspasar curules a primos y cuñados, estas reformas son un ultimátum elegantemente envuelto en constitucionalismo. Sheinbaum, con calculada ironía, usa el legado revolucionario para sepultar prácticas que Morena criticó en otros, pero que algunos de sus miembros empezaban a adoptar como nuevas costumbres.

¿Por qué funciona? Por timing y por audacia. En plena negociación con Trump –donde prometió despliegue militar en la frontera a cambio de pausar aranceles–, la Presidenta demuestra que su agenda no se limita a apagar incendios diplomáticos. Con estas reformas, posiciona a Morena como el partido que se “renueva o muere”, mientras fuerza a sus bases a elegir entre el pragmatismo del pasado o la reinvención.

Eso sí: la iniciativa tiene más de un lance. Al prohibir sólo la sucesión “inmediata” de familiares, deja abierta la puerta para que un López Beltrán (por decir un nombre) llegue años después. Pero incluso esa ambigüedad es estratégica: mantiene la tensión entre el discurso purista y la realidad política, asegurando así que ningún grupo dentro de Morena se sienta demasiado cómodo.

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