Nudo gordiano
Un 8M teñido de sangre
Yuriria SIERRA
El 8M tiene que ser mucho más que una jornada reivindicativa. Debe ser un grito colectivo que resuene hasta las últimas instancias de poder.
A tan sólo dos días de que millones de mexicanas salgan a las calles a exigir un alto a la violencia machista en el Día Internacional de la Mujer, el país despierta con una terrible noticia: dos jóvenes estudiantes, Gabriela E. R. de 20 años y Ana L. G. de 23, fueron asesinadas a balazos dentro de las instalaciones de la Universidad Tecnológica de Guadalajara.
De acuerdo con los primeros reportes, un sujeto armado ingresó al plantel alrededor de las 8:30 horas y ultimó a las dos mujeres en el estacionamiento. Tras el atroz crimen, el homicida huyó.
Las imágenes que circulan en redes sociales son estremecedoras: los cuerpos sin vida de Gabriela y Ana yacen entre charcos de sangre. Un escenario lamentable y cruento que ejemplifica la violencia desatada e injustificable contra las mujeres en nuestro país.
Pero este incidente atroz no es sino la punta de un enorme iceberg de violencia feminicida que no deja de crecer. En lo que va del año, ya son 159 las mujeres asesinadas en el estado de Jalisco por razones de género, según datos oficiales. Una verdadera tragedia nacional.
¿Qué es lo que lleva a decenas, cientos de hombres a segar la vida de una mujer? ¿Cómo revertir esta lacra que deshonra y degrada a toda la sociedad mexicana?
Parte de la respuesta debe ser, sin duda, el fortalecimiento de las políticas públicas y el marco legal para prevenir, investigar y castigar con todo el peso de la ley estos abominables crímenes misóginos.
Pero también urge un replanteamiento profundo de los roles y conductas machistas que permean en amplios sectores, desde el crimen organizado hasta los hogares más humildes. Una revolución cultural de fondo que erradique desde la raíz esa noción enfermiza de superioridad y dominio masculinos.
En el ámbito educativo, en los medios de comunicación, en los espacios laborales y comunitarios, debe fomentarse un cambio de paradigma hacia una convivencia basada en el respeto irrestricto a la integridad y libertad de las mujeres. Erradicar los estigmas y estereotipos que las victimizan.
El 8M tiene que ser mucho más que una jornada reivindicativa. Debe ser un grito colectivo que resuene hasta las últimas instancias de poder (en todos sus niveles, en todos los estados) para exigir un alto definitivo a los feminicidios y la misoginia. Un día para honrar la memoria y el nombre de Gabriela, Ana y todas las víctimas. Que siguen siendo, al menos once al día.
¿O acaso su sangre habrá que marchar en vano una vez más?