Nudo gordiano

Piña, Zaldívar y López Obrador

Yuriria SIERRA

En el explosivo escenario político mexicano, las recientes declaraciones de Andrés Manuel López Obrador han dejado entrever sombras sobre la independencia judicial y la presunta “respetuosa injerencia” que habría tenido en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) durante la gestión de Arturo Zaldívar como ministro presidente. Sin embargo, este inusitado “desliz” coloca en una posición extraordinariamente destacada a la nueva ministra presidenta, Norma Piña.

Ya sea que Zaldívar haya trazado una estrategia para resguardar la Corte de las ansias hiperpresidencialistas de López Obrador o que, de hecho, el Presidente haya logrado influir en asuntos judiciales vulnerando la separación de Poderes, el estoicismo de Norma Piña emerge como un baluarte de la autonomía judicial en un momento crítico para el pacto republicano mexicano.

La dignidad y firmeza con la que Piña ha defendido la autonomía de la SCJN, marcando distancia de cualquier injerencia externa, la sitúan como una figura ejemplar en la historia reciente de la Corte, y si me apuran, del país. Su postura desafiante ante posibles presiones externas resalta la importancia de salvaguardar la independencia del Poder Judicial, fundamental para el equilibrio democrático.

Este episodio revela una paradoja intrigante: mientras la sombra de la Presidencia se cierne sobre la gestión anterior de la SCJN, la actual líder, Norma Piña, se erige como un faro de integridad. Su actuar responde no sólo al imperativo legal, sino también al compromiso ético de mantener la integridad de la justicia en un país donde la separación de Poderes es vital para el sano funcionamiento del sistema democrático.

En un contexto donde el debate sobre la independencia judicial se intensifica, Piña representa un contrapunto a las preocupaciones de quienes ven amenazada la autonomía de la SCJN. Su liderazgo ejemplar despierta la esperanza de que, incluso en circunstancias así de desafiantes, la defensa de la justicia y la imparcialidad seguirá siendo el eje fundamental de la más alta instancia de la impartición de justicia en México.

Este capítulo no sólo resalta la importancia de tener líderes íntegros en el Poder Judicial, sino que también pone de manifiesto la necesidad de fortalecer las instituciones democráticas. La sociedad mexicana observa con atención cómo se desarrollan estos acontecimientos, consciente de que la autonomía judicial es un pilar esencial para la salud de la República.

En definitiva, la “respetuosa injerencia” que pueda haber existido en el pasado pone de relieve la fragilidad de los equilibrios entre los Poderes del Estado. Sin embargo, el papel de Norma Piña destaca como un faro de esperanza y un recordatorio de que, aun en medio de turbulencias, la dignidad y la autonomía judicial pueden prevalecer como fundamentos irrenunciables para una democracia sólida y resiliente.

Y por supuesto que el Poder Judicial tiene que transformarse y reformarse, pero no para bajarle los sueldos a los ministros o a los jueces, ni para que sean electos por votación popular. Tiene que reformarse para acabar con ese enorme y detestable rostro de la justicia en México: la impunidad.

Ayer escribí sobre el encuentro de Claudia Sheinbaum con Larry Fink. La foto de la reunión de Xóchitl Gálvez con el presidente de BlackRock fue publicada dos horas después del cierre de esta columna. Extraordinaria noticia para México que él, uno de los hombres más importantes del escenario económico y financiero y del panorama de inversiones a nivel global, se haya reunido con ambas candidatas a la Presidencia.

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