90 años caminando de la mano de Dios

*El próximo 28 de marzo, el Arzobispo emérito Juan Sandoval Íñiguez cumplirá nueve décadas de vida, llega pleno y con una lucidez extraordinaria

Cristina Elizabeth Díaz Morales

El paso de los años se refleja en su rostro, en su cabello plateado cano y en su lento caminar; sin embargo, eso no nubla ni por un segundo la lucidez de don Juan, su buen ánimo, su voz fuerte, estridente y su presencia que refleja la de un jerarca de la Iglesia que, a pesar de estar retirado, sigue siendo un líder religioso y referente de los católicos jaliscienses.

Siempre que se le visita en su casa, en su biblioteca, se puede escuchar de fondo música clásica; es el preámbulo perfecto para entablar una charla con él, siempre vestido impecablemente de negro, con su camisa blanca y alzacuello, sello característico de los Sacerdotes católicos.

P: ESTÁ POR CUMPLIR 90 AÑOS, 9 DÉCADAS, ¿CÓMO SE SIENTE EN ESTOS MOMENTOS, FÍSICA Y

EMOCIONALMENTE?

R: Físicamente siento ya el peso de los años, para moverme ya no tengo la agilidad que tenía antes, la resistencia. Las rodillas –a veces– me fastidian, cosas propias de la edad; no me admiro de esto, le agradezco a Dios que me haya dejado vivir tanto.

Emocionalmente me siento muy bien, me siento contento, tranquilo, porque tengo mucha confianza en Dios; sé que Él me ama y yo he tratado –más o menos– de servirle, por eso la paz no es en vano.

P : ¿CÓMO QUIERE CELEBRAR SU CUMPLEAÑOS?

R: Con los amigos y con sencillez; con la gente que me estima, que son muchos, con una celebración solemne en mi casa, o en la Parroquia de algún Sacerdote amigo, y con una comida. Quizá hacemos una celebración como otros años aquí, en mi casa, con músi- ca, una Misa y un desayuno para celebrar la vida.

P : ¿DON JUAN SANDOVAL SE SIENTE PLENO?

R: Yo quisiera haber servido mejor al Señor, he hecho lo que he podido, me he esforzado por servir al Señor y Él me ha concedido una vida larga para servirlo, en ministerios muy especiales para la Iglesia. Como formador en el Seminario, 27 años, cuando joven; después, seis años como Obispo coadjutor, y luego titular de Ciudad Juárez, y enseguida aquí, en Guadalajara, casi 18 años como Arzobispo, trabajos que el Señor me encomendó.

Yo no estuve en una Parroquia como Vicario o Párroco, sino formando Sacerdotes, conociendo una diócesis lejana, difícil, que me preparó para ser más capaz y más despierto para la diócesis de Guadalajara, por eso me siento contento.

Yo nunca pedí y nunca rehusé; lo que me mandaban, lo que me pedían, eso hacía y eso me ha dado mucha satisfacción.

P: CUANDO SE ACERCA NUESTRO CUMPLEAÑOS, DESEAMOS UN REGALO EN ESPECIAL, DON JUAN, ¿QUÉ REGALO QUISIERA RECIBIR?

R: Muchas oraciones para que Dios tenga compasión y misericordia de mí, perdone mis pecados, y cuando ya me llame, me lleve derechito, sin tocar baranda.

P : ¿DESEA ALGÚN REGALOMATERIAL?

R: No, nunca he deseado un regalo material en concreto, me han dado muchos regalos materiales, lo que meden lo voy agradecer mucho, pero un deseo especial, no tengo. Recuerdo un consejo de mi guía espiritual, en Roma: nunca pedir y nunca rehusar, que lo he guardado hasta ahora.

P : ¿RECORDANDO SU NIÑEZ, TUVO LOS JUGUETES QUE QUISO O LE FALTÓ QUE LE REGALARAN UNO?

R: No, no, no. Los juguetes que antes había no son como los de ahora, que son sofisticados; eran un trompo, las canicas, un balero o un papalote para volarlos con el aire. De niño solo me quedé con ganas de un buen papalote para volarlo.

P : ¿DE SU NIÑEZ, QUE ES LO QUE MÁS DISFRUTA RECORDAR?

R: La escuela, por ir a jugar con mis compañeros, no porque fuera a estudiar, nunca me dediqué a estudiar allá en la escuela, pero era el momento en que me zafaba un poco de los trabajos de casa, que eran muchos.

EL NIÑO Y EL PAPALOTE

“De niño me quedé con ganas de un buen papalote para volarlo, pero no se pudo, porque a los 12 años me vine al Seminario y se terminó la oportunidad de un papalote, era muy divertido volarlos. Había unos, allá en mi tierra, que los hacían grandes, de lona, de metro y medio de alto por un metro de ancho, con carrizo, para que estuviera fuerte y con una soga gruesa lo volaban, ¡muy bonito!”. Dos santas le dieron de comerenseñan muchas cosas buenas”.

“Yo no tenía mucho tiempo para jugar en mi casa y dije: “Bueno, pues vámonos”.

Enseguida, preparamos los papeles que nos pedían y él me trajo al Seminario en 1945. El que me invitó, a los dos años se salió, se puso a trabajar, se casó, tuvo hijos y nietos, y hace unos diez años murió, fui a celebrarle su Misa, él fue el instrumento del que Dios se valió para traerme al Seminario.

En el Seminario, en el primer año, casi no estudiaba, pasé de puro milagro a segundo, no me corrieron por gracia de Dios, pero en segundo me puse a estudiar en serio. En mis tiempos no había edificios del Seminario. El primer año viví en una casita a un lado del templo de Santa Teresita; el segundo lo hice en una casa de la calle Reforma; y el tercer año en un domicilio de Antonio Bravo; el cuarto año, en San Sebastián de Analco; y el quinto año en la casa de San Martín, y así, buscando el alimento.

Al terminar los primeros cinco años, pasamos a estrenar el Seminario de Chapalita para estudiar filosofía. Después, los Padres superiores, en los tiempos del señor Arzobispo José Garibi Rivera, decidieron becarme, y me fui en septiembre de 1952 a Roma, para estudiar en la Universidad Gregoriana. Ahí estuve 8 años tres meses; me fue bien en los estudios, hice un esfuerzo para ser un buen Sacerdote, dedicarme a Dios y regresé a Guadalajara.

Me dieron 15 días para estar con mi familia, y luego me llamaron para ser profesor y guía espiritual de los chicos de secundaria. 10 años después me nombraron rector, cargo que desempeñé por 17 años, y luego el Papa Juan Pablo II decidió nombrarme Obispo; me enviaron a Ciudad Juárez. Una experiencia completamente distinta, una diócesis de frontera; ya desde entonces con mucha droga, muy peligrosa y violenta, a aprender a ser Obispo. Estuve 6 años. A la muerte del señor Cardenal Posadas Ocampo, el Papa me nombró Arzobispo de Guadalajara.

Don Juan se vino a Guadalajara con la idea de ser Sacerdote, sin imaginar la trayectoria que tendría, y él solo siguió la providencia de Dios; siguió el camino que Él quería para “el güero de Yahualica”, servir a la Iglesia.

“El recuerdo es bonito, que en la noche nuestros padres nos dieran la bendición y nos mandaran a dormir sintiendo su cercanía y su cariño”.

P: ¿CÓMO ERA EL TRABAJO EN CASA?

Teníamos vacas; es un trabajo muy empeñoso, comienza muy temprano. Al amanecer es ir a traerlas del potrero, darles de comer la pastura en las pilas, luego ordeñarlas, llevar la leche a vender, y luego salir corriendo a la escuela, que era de 9 a 12, y por las tardes de 3 a 5. En tiempo de sequía teníamos que ir a recolectar agua para almacenar. Cuando regresaba a la casa, ayudaba a la ordeña, entregaba la leche, cenaba y salía un poco a jugar a la roña, el fajo escondido, y alrededor de las nueve de la noche, se escuchaba el grito de mi madre: “Pásense ya, vénganse a rezar”.

Llegábamos a la sala a rezar el Rosario, mi madre lo guiaba, dos misterios arrodillados, tres misterios sentados y la letanía hincados en cruz; luego nos daban la bendición nuestros padres para irnos a dormir, para madrugar al día siguiente y comenzar con nuestra rutina.

En la escuela hacía lo que podía, no me portaba muy bien que digamos, pero salía adelante con la escuela. Terminé el sexto grado en 1945, sin saber qué iba a ser.

P: ¿CÓMO DECIDIÓ ENTRAR AL SEMINARIO?

R: El llamado de Dios fue de una manera muy especial, muy particular. Un seminarista se acercó conmigo en las fiestas de San Miguel; estaba esperando que prendieran el castillo y me dijo: “Oye, vámonos al Seminario”, y le respondí: “Ahí, ¿qué?”, y me respondió: “Se juega mucho y hay Padres que nos enseñan muchas cosas buenas”.

Yo no tenía mucho tiempo para jugar en mi casa y dije: “Bueno, pues vámonos”.

Enseguida, preparamos los papeles que nos pedían y él me trajo al Seminario en 1945. El que me invitó, a los dos años se salió, se puso a trabajar, se casó, tuvo hijos y nietos, y hace unos diez años murió, fui a celebrarle su Misa, él fue el instrumento del que Dios se valió para traerme al Seminario.

En el Seminario, en el primer año, casi no estudiaba, pasé de puro milagro a segundo, no me corrieron por gracia de Dios, pero en segundo me puse a estudiar en serio. En mis tiempos no había edificios del Seminario. El primer año viví en una casita a un lado del templo de Santa Teresita; el segundo lo hice en una casa de la calle Reforma; y el tercer año en un domicilio de Antonio Bravo; el cuarto año, en San Sebastián de Analco; y el quinto año en la casa de San Martín, y así, buscando el alimento.

Al terminar los primeros cinco años, pasamos a estrenar el Seminario de Chapalita para estudiar filosofía. Después, los Padres superiores, en los tiempos del señor Arzobispo José Garibi Rivera, decidieron becarme, y me fui en septiembre de 1952 a Roma, para estudiar en la Universidad Gregoriana. Ahí estuve 8 años tres meses; me fue bien en los estudios, hice un esfuerzo para ser un buen Sacerdote, dedicarme a Dios y regresé a Guadalajara.

Me dieron 15 días para estar con mi familia, y luego me llamaron para ser profesor y guía espiritual de los chicos de secundaria. 10 años después me nombraron rector, cargo que desempeñé por 17 años, y luego el Papa Juan Pablo II decidió nombrarme Obispo; me enviaron a Ciudad Juárez. Una experiencia completamente distinta, una diócesis de frontera; ya desde entonces con mucha droga, muy peligrosa y violenta, a aprender a ser Obispo. Estuve 6 años. A la muerte del señor Cardenal Posadas Ocampo, el Papa me nombró Arzobispo de Guadalajara.

Don Juan se vino a Guadalajara con la idea de ser Sacerdote, sin imaginar la trayectoria que tendría, y él solo siguió la providencia de Dios; siguió el camino que Él quería para “el güero de Yahualica”, servir a la Iglesia.

LAS MUJERES QUE ME ALIMENTARON

“Cuando vivía en la calle Reforma –de seminarista– me tocó que me enviaran a comer al Hospital Santa Margarita, que está por la calle Garibaldi. Ahí iba yo a las tres comidas, ahí conocí –todavía en vida– a santa María Guadalupe Zavala, a la que me tocó introducir su causa de canonización, cuando yo era Arzobispo en Guadalajara; además, estar en su beatificación y después en su canonización. Al año siguiente, cuando estaba en tercero de secundaria, vivíamos por la calle Antonio Bravo, y me mandrón a comer al Hospital del Sagrado Corazón, por el barrio de Analco; ahí conocí a la Madre Naty, otra santa. A las dos santas mexicanas las conocí porque me dieron de comer, una en un año y otra al año siguiente”.

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