Lula da Silva promete una nueva época para Brasil

Al asumir por tercera vez la presidencia, promete combatir la pobreza y reactivar la cooperación con el foro BRICS

Luiz Inácio “Lula” da Silva comenzó ayer su tercer mandato como presidente de Brasil, en una ceremonia multitudinaria y cargada de simbolismo, en la que reforzó su compromiso con el combate a las enormes desigualdades sociales que dividen el país.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio “Lula” da Silva, prometió en su primer discurso en el cargo “rescatar” del hambre a 33 millones de personas, y de la pobreza a 100 millones de personas, casi la mitad de la población del país.

“Nuestras primeras acciones apuntan a rescatar del hambre a 33 millones de personas y rescatar de la pobreza a más de 100 millones de brasileñas y brasileños, que soportaron la más dura carga del proyecto de destrucción nacional que hoy se cierra”, dijo Lula en su discurso en el Parlamento.

El líder progresista, de 77 años, que ya gobernó entre 2003 y 2010, regresó a la presidencia tras derrotar en unas cerradas elecciones al ultraderechista Jair Bolsonaro, quien no reconoció su derrota y abandonó Brasil el fin de semana, rumbo a Estados Unidos, para evitar tener que entregar a Lula la banda presidencial, como manda el protocolo.

La toma de posesión contó con un fuerte respaldo internacional, con delegaciones llegadas de 68 países, incluyendo 20 jefes de Estado o de Gobierno, así como un significativo apoyo popular, con cerca de 300 mil personas que abarrotaron el centro de Brasilia, en una de las ceremonias más multitudinarias de la historia de Brasil.

COMBATE A LAS DESIGUALDADES

En la ceremonia celebrada ayer, Lula pronunció dos discursos y centró ambos en su firme compromiso en el combate a las desigualdades de todo tipo que dividen a la población y “atrasan” el desarrollo del país, en especial la gigantesca brecha entre ricos y pobres, pero también la desigualdad racial y de género.

El mandatario rompió a llorar al hablar de las familias que se ven obligadas a revolver en la basura para encontrar comida y, desde el palacio presidencial de Planalto, le pidió a la multitud congregada en la plaza de los Tres Poderes: “¡Ayúdenme!”.

Lula aprovechó la ausencia de Bolsonaro para cargar de simbolismo el acto protocolario de la imposición de la banda presidencial, que ilustra el traspaso del poder.

Recibió la banda de un grupo de ciudadanos, en su mayoría anónimos, que ejemplifican la diversidad de la sociedad brasileña.

Una mujer negra que se dedica a la recolección de basura reciclable, un profesor, un joven con parálisis cerebral, un niño negro procedente de la periferia de Sao Paulo, una cocinera, un obrero metalúrgico y el conocido líder indígena Raoni Metuktire.

Junto a ellos, y llevando de la correa a su perra Resistencia, Lula subió la rampa que conduce desde la calle al primer piso del Palacio de Planalto, un gesto también de gran simbolismo, puesto que normalmente los presidentes acceden al palacio solos, andando entre dos filas de los soldados del regimiento de los Dragones de la Independencia.

El presidente izquierdista tendrá desafíos inmediatos mayores a los que enfrentó en sus otras dos presidencias, que dejó con una inusual popularidad del 87%. Unos 30 millones de los 215 millones de brasileños pasan hambre y la economía a duras penas logra recuperarse tras el golpe de la pandemia.

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