Será por eso que escribo
Juan Andrés PASTOR ALMENDROS/Escritor y periodista español
Nunca imaginé que un vacío lo pueda llenar todo, que una ausencia pueda estar tan presente y que en lo cotidiano la memoria tenga tan firmes las raíces. Nunca lo pensé así y es normal.
Crecemos habituados a presencias y encuentros. Celebramos los regresos en la infancia y cada día damos más besos de bienvenida que de adiós. Nadie nos enseña a despedirnos. No nos gusta y cuando no hay más remedio aparentamos esa firmeza quebradiza con la que masticamos las lágrimas a escondidas, una y otra y otra vez.
Sin embargo el poso de la vida tiene el sabor del azúcar del beso y la sal del adiós y así le vamos tomando gusto a vivir. A fuerza de sabores y sin sabores, de contrapuntos, claros y oscuros. Sin que ello quiera decir que la luz no moleste o que la sombra no resulte cálida.
No es así. Hay una tibia penumbra en la que recogemos la cosecha de la soledad, porque conviene estar solo y recordar para dejar de estarlo.
Es habitual escribir a los muertos y hacerlo en segunda persona como si creyéramos que nos van a leer, cuando generalmente solo nos leemos a nosotros mismos.
En el cuaderno de las ausencias únicamente escribe quien está, los que se han ido dejaron en un guión el apunte de una vida, la suya, y esta página en blanco que emborrona el amor.
Por eso queremos escribir de tú a tú, aun sabiendo que al leer en voz baja estas palabras es otra la voz que escuchamos, como si nos hablaran desde dentro con los ojos abiertos y una sonrisa de par en par. Y nos quedamos quietos, fijando la mirada cada cual en su recuerdo, dibujando palabras como si fueran ecos que suenan a la espalda de los besos.
Por eso escribimos. También nos gustará que nos escriban, pero no leeremos esas letras, es mejor escucharlas quedamente, sin silencios. Como lo que son; palabras simplemente. Palabras que si no las decimos se pierden, o se olvidan, o simplemente mueren como mueren los muertos a los que nadie escribe, solas, sin nadie, sin silencios ni acentos, simplemente.
Y por eso escribimos, para dejar testimonio de que somos capaces de revivir mil millones de veces cada día, sin que nadie tenga que venir a despertar letargos. Están presentes las ausencias, son densos los vacíos y están aquí, somos nosotros.
Aquel día, además, nevó en Montejurra y bajaba el agua clara saltando por encima de las piedras y llenando los pozos junto al monasterio de Iratxe.
Tenían agua los campos y la tierra un tempero de sonrisas y azadas con almuerzo.
Además han pasado ya los años del duelo y el tiempo, del que dicen que lo curará todo, no solo es mentiroso, tiene envidias y sueños. Yo no quiero que me cure, porque no estoy enfermo.
¿Qué me puede curar? ¿Los recuerdos? No quiero que me cure, que no me duele nada.
Porque quiero quedarme los recuerdos. Hace tiempo que no los doy, los dejo dónde están, aquí conmigo, junto a mi padre viejo de morirse hace diez años, junto a mi madre joven de vivir hace ocho.
Me quedo los recuerdos. Me quedan los recuerdos. Será por eso que escribo…
Buenos días, amigos.
“Pero vivir es siempre cotidiano y volver a vivir se aprende pronto”, Jorge Guillén