Lágrima viva
Una luz para los buenos días de miércoles y de sol
Juan Andrés PASTOR ALMENDROS
Muy pocas veces el llanto es diferente.
Ocurre cuando somos un blanco manantial
que se deshiela por culpa del calor de nuestro infierno.
Entonces es la sal de la esperanza
la que confunde el sueño con la noche,
y tenemos constancia de estar tan solos
como vivos, y eso duele.
Porque duele vivir y conocernos.
Saber que en la batalla está la sangre
y herirnos cuando el hierro del error nos deja solos,
duele aún más que la derrota.
Es así; peor hubiese sido ganar a quien no quieres,
equivocar el deseo con la vida.
Entonces lloras, evitas parpadear
y te gotea el tiempo sin cadencia, ni música asustada.
En la calle se oye, cuando nada sucede,
que llega otra mañana por donde llega siempre.
La aurora es un pañuelo bien planchado,
el sol, uno solo que ya no se comparte por la herida,
la vida una costumbre que se aburre,
la vista una humedad, la risa; miopía,
cuando no la ceguera de la ausencia.
Entonces lloras y le das la espalda a la ventana
por donde llega la luz de la mentira.
Te insulta la blasfemia porque sigues amando,
sin descanso, sin libro de familia,
riendo en la orfandad de las distancias,
en una ciudad nueva,
sin campanas que anuncien el dolor en toques quedos,
porque alguien confunde el tañer con la prisa.
Y te quedas así, con los ojos abiertos,
pero tienes el sueño, la música, la vida y el deseo,
un nuevo libro y esa enorme ausencia que es la vida,
cuando sabes que toda la verdad está a tu lado.
Aún nos quedan océanos y charcos, amada mía.