Algo más que palabras

Energías que nos degradan

“La irracionalidad lo confunde todo y no entiende más que de batallas”

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

corcoba@telefonica.net

Me asusta esta explosión violenta que nos degrada, divide y ciega como seres pensantes, haciéndonos verdaderamente destructores de vida. También me estremece este cosmos fragmentado en conflictos permanentes, que provoca un enorme sufrimiento con su cadena de injusticias. Deberíamos ser más auténticos y ejemplarizantes, los unos para con los otros. Está bien que tomemos la recuperación del COVID-19 como una de nuestras prioridades, pero también tenemos que aprender a reconducirnos, cuidándonos entre sí de modo desinteresado, superando los desacuerdos que puedan surgir con la consideración hacia el análogo y a través del diálogo permanente, rompiendo con el egoísmo, como vivero de las grandes maldades. No olvidemos que juntos es como nos hacemos más fuertes para defender ese orden internacional común, tan necesitado de apoyos para ayudar a sanar el planeta y a sus moradores, creando empleos estables y bien remunerados; garantizando así, una mayor equidad y prosperidad que nos concilie.

Pensemos que todo en la creación está íntimamente interconectado, lo que nos exige el cultivo de una armónica estética para destronar la violencia de nuestros andares; esa que llevamos, muchas veces, en nuestros corazones. El cauce de prevalencia se ha corrompido y el respeto se ha perdido. La irracionalidad lo confunde todo y no entiende más que de batallas. El espíritu tolerante brilla por su ausencia. Valores que están profundamente vinculados a la reivindicación de los derechos humanos, se incumplen por doquier. Permanecer en la inobservancia es persistir en el fracaso. Se nos otorgó una conciencia, instinto que nos lleva a juzgarnos a la luz de las leyes morales, y ahora ha llegado el momento de crear espacios para entenderse. Tampoco cabe la resignación, sería como un suicidio más. Asimismo, se nos pide un mayor compromiso por parte de todos; pues, por mucho que las sociedades se vuelvan cada vez multiétnicas, multirreligiosas y multiculturales, el futuro de los pueblos no está en tensar divergencias, sino en templar comportamientos, que traerán fruto a su debido tiempo.

Lo importante es desterrar a los sembradores del terror, resolver los problemas que puedan alimentar la violencia, activar el sosiego y defender la concordia. Debemos abandonar los caminos que nos degradan, aprovechando nuestras fortalezas, para dar fondo a una recuperación que nos ennoblezca como humanidad. Quizás tengamos que bajarnos de estos dominantes intereses materiales, que nos esclavizan por completo, y subirnos a ese orbe en el que sus moradores se entregan en cuerpo y alma a sus similares, a fin de poder reencontrarse más allá de cualquier confrontación. Al fin y al cabo, todos necesitamos acogernos, sanar heridas y restablecer en las mentes y en los corazones, ese espíritu comprensivo, que nos trascienda a vivir en un clima muy distinto al actual, donde lo único que impera es la dimensión económica, volviéndose las sociedades ingobernables; lo que demandará de los gobiernos actuales, una vez más, firmeza, pero también mucha paciencia y tolerancia. 

Por eso, con urgencia tenemos que restituirnos de esta degradación a la que hemos llegado, con el tener y no ser. Tal vez todos tengamos que aprender a rendirnos cuentas. La desesperación de muchas gentes es bien palpable. No se puede vivir bajo este huracán de arrebatos. Necesitamos otras políticas más justas y verdaderas. COVID-19 nos muestra que el mundo requiere de “una sola salud”, de una cobertura sanitaria universal y de unas prácticas cooperantes.  Ojalá aprendamos la lección. Ganaremos placidez y continuidad con la reflexión. Lo sustancial es aprender a discernir. Ver el puente por el que hemos de cruzar y cual debemos de ignorarlo. Está visto, que cada día se requieren de más personas para aliviar traumas y favorecer la reinserción de esos ciudadanos que han sido víctimas de atropellos verdaderamente inhumanos. Mal que nos pese, el salvajismo ahí está, no puede ser disimulado por la ficción; y, esta farsa, sólo puede ser sustentada por la rudeza.

Indudablemente, lo malo de todo esto, es que los venenos de la furia y del odio, está tan impregnados en el ambiente, que nuestras próximas generaciones les va a costar aplacarse, pues la brutalidad sobre los niños ha crecido enormemente, hasta el punto que los traficantes de vidas inocentes son un blanco fácil en su búsqueda de aceptación, atención o amistad, a través de las redes sociales. Ojalá nos ejercitáramos en el buen uso de las tecnologías, abriéndonos al encuentro; no para atraparnos, sino para liberarnos y proteger un acompañamiento de personas autónomas, lejos de cualquier fanatismo. Nacimos para el amor, no para la barbarie. Cumplamos la misión.

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